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vol 29 • 2020

[Excusatio preliminar]

[Excusatio preliminar]

David Fernández. Periodista y activista social

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Este mayo que ahora finaliza, mitad distopía mitad confinamiento, el tiempo ha puesto a prueba al tiempo mismo y el mundo digital ha sometido a prueba de estrés el mundo real. La perdurabilidad y cualidad de los vínculos. Paradójicamente, las horas se esfumaban y los días se nos iban rápidamente mientras el tiempo era muy lento. En conjunto, demasiados frentes abiertos sin tiempo para poder dedicar suficiente tiempo a las reflexiones imprescindibles que Rizoma aborda y propone. Al fin y al cabo aquello esencialmente freireano que quería compartir con vosotros era que a menudo, atrapados en la inmediatez, no vemos lo que ja hemos hecho, las “horas de vuelo” acumuladas entre todas y todos y el trabajo realizado y el que queda por hacer. Todo aquello que hemos ido deconstruyendo y reconstruyendo.

En perspectiva, siempre lo digo con tres fechas en el retrovisor. Que a pesar de todo, Barcelona - noticia de Catalunya- salió en boca de los Busch y su dios criminal el año 2003 - “las manifestaciones de Barcelona no cambiaran nuestra política”-; que a pesar de todo, las calles hechas refugio, de nuevo a Barcelona como prolongación de la parte más activa de la sociedad catalana, protagonizaron la mayor movilización solidaria en la crisis de refugiados del 2017 -es decir, la crisis de la inhumanidad del momento y, en especial, de la UE-; y que, a pesar de todo y en un clima de un pozo sin fondo, Barcelona -proyecto de país en común- respondió a los atentados de las Ramblas de agosto de 2017 como pocas veces se había visto antes en condiciones de choque: desde el antirracismo , el antibelicismo y la solidaridad. Hay centenares más de ejemplos: grandes y pequeños; sólidos y frágiles, puntuales o estables.

Puede ser sublimados un primer día de octubre -comunidad contra dominación, sociedad contra estado, lo mejor de la gente contra lo peor de la represión-, que no habría sucedido, creo, sin décadas de trabajo anónimo y persistente desde márgenes y tangentes de tanta gente trabajando cotidianamente. Y esto, pedagogía para la libertad, es lo que me habría gustado compartir. Venimos de lejos y vamos todavía mucho más lejos. No podrá momentáneamente, a la próxima más y mejor, porque esta crisis, continuidad de las anteriores, que todo lo revienta -aceleración, precipitación, velocidad- se ha zampado el tiempo dejándolo sin tiempo. Pero este mes, retrasos acumulados, enviaba con nueve meses de retraso un texto, como una larga carta, a los compañeros y compañeras de la asociación de maestros Hik Kasi del País Vasco. Paradoja temporal, la enviaba el viernes 15 de mayo, nueve años después de que las plazas se llenasen de indignación. Nueve años después también, estas eran les reflexiones, tocadas rizomaticamente de las mismas preguntas que nos hacíamos aquí y que debemos plantear en todas partes contra este vacio global. Disculpad las molestias y perdonad las disculpas.

Dicebamus hesterna die

Debido a la acumulación de pruebas,
no queda hipótesis más verosímil que la realidad

Jean Baudrillard

Se atribuye a Fray Luis de Leon la frase Como decíamos ayer... pronunciada cuando de nuevo pudo volver a la cátedra y a impartir clases después de años de presidio inquisitorial. Como si el tiempo no hubiese pasado en vano; o como si el lapso ininterrumpido de los días no hubiese cambiado casi nada; o como si la privación de libertad solo hubiese comportado la plena ratificación de lo que sostenía antes de ser encarcelado. O como si siempre se hubiese de volver al punto de partida i, si aún estamos sin saber dónde vamos, como mínimo saber de dónde venimos. O, finalmente, como si lo dicho ayer se encadenase siempre con el hoy y el mañana. Como decíamos ayer. Y han pasado más de diez meses desde que compartimos con los compañeros y compañeras de Hik Hasi, en los prolegómenos del verano del 2019, unas cuantas reflexiones en común sobre el futuro de la educación y el mundo de nuestros días. aparentemente trastornado -voltejeado, patitieso, atónito- esta primavera con esquina rota a causa del Covid-19. Solo eso -que pensáramos que antes de este coronavirus había normalidad- también sería una ocasión para repensarlo todo de nuevo. De nuevo lo viejo vuelve nuevo. Sin obviar ninguna de las trágicas y dolorosas consecuencias -todo lo contrario, afirmándolas y recontando todas las anteriores-, ¿cuantos dolores recorriendo el mundo había antes, es decir, a penas anteayer? ¿O no había zika, malaria y sarampión y decenas de muertos por enfermedades curables? ¿O gripe aviaria y vacas locas? ¿O no había cinco millones de exiliados, seis millones de desplazados internos y 384.000 muertos en el avispero de la guerra de Siria? ¿O el Mediterráneo no era ya, desde mediados de los noventa, una fosa común vergonzosa, fundición hecha agua, donde habían naufragado 35.000 cadáveres ya sin funeral, sin ciudad, sin cuerpo?

Preguntas similares -más que básicas, esenciales- eran las que nos planteabais des de Hik Hasi hace menos de un año. Recuero el correo: “¿Cómo crees que será la ciudad de aquí a 10-20 años? ¿Cuáles serán las principales necesidades? ¿Qué tipo de problemáticas tendrán que abordarse? Y”Para eso ¿qué tipo de educación se necesita? ¿De qué manera deberíamos educar a las y los niños y jóvenes?“. Si ayer eran preguntas imprescindibles, hoy ya son ineludibles. Todo se ha precipitado y queda por ver en que dirección. Mal presagio con las mejores esperanzas, sin problema. Hace poco un poeta filósofo recordaba los años de juventud en Madrid bajo el franquismo: dos chavales, dos amigos a la intemperie, que iban al cine y allí jugaban a descubrir que frase prototípica acababa por salir en todas las películas, ya fuese comedia, tragedia o suspense. Y dieron con ella a finales de los años 60: en algún momento, siempre irrumpía alguien que pronunciaba aquel categórico”tienes que asumir la realidad. El poeta respondía a esta requisitoria con otro poeta, T.S. Eliot, que ya había dejado escrito que el ser humano soporta poca realidad. Es altamente probable que aún estemos aquí. Lo peor va en portaviones; el sentido común, a pie.

Rebobinando en la memoria, creo que alguna cosa que compartimos ampliamente aquel día fue que una de las mayores violencias sociales existentes es la de la indiferencia. El radical régimen de radical indiferencia que ha llegado a ser la mayor victoria cultural - y por tanto, derrota colectiva- de lo que llamamos capitalismo. Y la pregunta en cuestión, claro, es: ¿Por qué? Más o menos, hurgan contra viento y marea los que saben, los sistemas de poder injustos, indecentes y desiguales se sostienen, casi siempre, por una combinación de ignorancia, miedo e intereses. Silencio, control y propaganda merecerían consideraciones aparte. Ignorancia, miedo, intereses. Está claro que hoy en día ya no podemos aducir desconocimiento -todo es aquí y todo lo vemos y el escándalo ya es doble: que lo vemos y que no hacemos gran cosa. Radical indiferencia. Repensar después de la última crisis -la de la burbuja financiera de 2008- y las pornográficas salidas neoliberales que aún hoy en día pagamos -de Grecia, al rescate bancario y hasta los satisfechos recortes en sanidad y educación que hoy replican-ratifican esta hipótesis negligente de asentimiento o resignación generales. ¿Aprenderemos alguna cosa alguna vez? Porqué la peor conclusión siempre es tener que constatar que no hemos aprendido nada. Que no hemos querido. O que no hemos podido.

Al fin y al cabo y contra todo espejismo, os escribo esta casi carta con ideas cruzadas y compartidas desde una sociedad catalana donde, en julio de 2019, solo el 45% del país vivía bajo patrones de plena integración social; donde un 35% resistía desde la precariedad ininterrumpida a perpetuidad que nos han programado y donde un 20% sobrevivía en los márgenes, cada vez más estrechos y cronificados, de la exclusión social, que tiene sus más severas consecuencias en la desigualdad educativa. Acabáramos: entramos en esta nueva crisis de manera desigual y todos los riesgos, y todas las bolsas, apuntan que saldremos de ella aún más. Más desiguales. Y esto es lo que es necesario revertir. Y vamos tarde. E incluso mal equipados. Y con escaso margen de error disponible.

Por tanto nada nuevo bajo un cielo de plomo. No, no queremos creernos lo que ya sabemos. Pero si ya no es ignorancia, entonces quedan los intereses -qué nos mueve, qué nos paraliza, qué nos hace hipócritas, qué nos vuelve cínicos-. Vamos lentos en otra tardanza acumulada que hace demasiado tiempo que tardamos en reconocer: nortes al sur y sures al norte, que nosotros formamos parte de este 16% privilegiado del mundo que tiene agua potable, un poco de tiempo libre, prestación de paro y un montón de libertades. Y twitter caníbal para insultarlo todo. Damos por hecho y por irreversible -eso sí que sería desconocimiento- que estos derechos precarios y amenazados hoy han existido siempre, innatos, intocables, como si éxitos sociales y conquistas democráticas no hubiesen costado larguísimas -y heroicas y dolorosas y trágicas- luchas civiles y populares. La memoria siempre es antídoto: hoy más que nunca. Borrarla siempre forma parte de las políticas de tierra arrasada de cualquier poder. Intereses recontados, queda también, finalmente, el miedo: esta vieja tentación autoritaria, casi feudal, que es la más vieja de las formas de gobierno. Y la más perversa. El miedo es una prisión muy aburrida escribía Galeano .

De todo esto hablábamos también, tan cercanos y tan lejanos, en aquel primero de julio de 2019. E incluso visto así, el pasado queda muy distante -y hablamos solo de anteayer-; el presente-licuadora ha quedado suspendido indefinidamente y extrañamente confinado; y el futuro que aun ha de venir ni se ve ni se vislumbra. Que la luz al final del túnel, decíamos el 2012, no sea un tren que viene de frente. Y no. No queremos volver a la normalidad porque aquella normalidad era el problema, decimos el 2020.

Encrucijadas, el hecho de llegar tarde y mal, con un histórico atraso acumulado como nunca antes, a la cita de entregar este texto tiene pocas excusas -solo una y de carácter general y transferible: que el capitalismo nos roba todo el tiempo y a cambio nos regala un teléfono inteligente. Pero también incorpora alguna virtud insondable e inesperada. Una, como mínimo: constatar que caminábamos avisados hacía demasiado tiempo. Constatar incluso lo más obvio: que antes del último después ya había encuentros, debates y personas que ya perdían el tiempo -es decir, lo ganaban- buscando qué presente teníamos y como transformarlo en un futuro como mínimo soportable, ojalá habitable, a lo mejor vivible, anheladamente sostenible, racionalmente solidario, emancipadamente justo. ¿Dónde está la salida? decía una antigua canción espantada hecha barricada. ¿Seremos capaces de tregua? ¿Tenemos tiempo para estar aún a tiempo?

Estábamos avisados. Demasiado tiempo que resuena Camus: la estupidez siempre insiste. Y que estamos en un bucle acelerado de la globalización, como hámsters en la rueda compulsiva, es evidente. Que capitalismo salvaje es pleonasmo, también. Y toca repasar las dos preguntas que planteábamos entonces -ya se sabe, una buena pregunta siempre es ya media respuesta. Lejos de cualquier inmediatismo- las gafas de cerca, las gafas de lejos-, ¿dónde estábamos anteayer, donde hoy y donde tendríamos que estar de aquí a 10 años? Los avisos resuenan hace tiempo. Incluso avisos de colapso y de hundimiento.

La NASA. Y preguntareis que pinta la NASA en este texto. El 2014, la agencia espacial norteamericana -extraño compañero de denuncia- advertía del “colapso de la civilización industrial” en menos de dos décadas y en formato declive del imperio romano, como consecuencia de tres factores simultáneos: la máxima usura y la nula voluntad de las élites de ponerle remedio amparados de manera cobarde en la cultura de la codicia ininterrumpida; las tensiones ecológicas insostenibles derivadas de la explotación de los recursos; y unas insoportables desigualdades entre ricos y pobres que conducían a climas de ingobernabilidad, no-espacios caóticos y a un capitalismo de exclusión. Más. En el verano de 2014 se publicó el manifiesto “Ultima llamada”, sobre el colapso ambiental, la extralimitación ecológica y el desafío humano -nihilista y fantasioso- a los límites de la biosfera y las leyes de la entropía: Una civilización se acaba y tenemos que construir una nueva. Las consecuencias de no hacer nada -o hacer demasiado poco- nos llevan directamente al colapso social, económico y ecológico. Pero si empezamos hoy, aún podemos ser las y los protagonistas de una sociedad solidaria, democrática y en paz con el planeta Como resuenan estas palabras de hace seis años. Sí. Estábamos avisados. No hace cinco sino 50 años: “Los límites del crecimiento” del matrimonio Meadows, todo un punto de inflexión, es del 1972. No se trata de que no hiciésemos lo que recomendaban: es que se hizo exactamente todo lo contrario. Por estar, estábamos avisados tan recientemente por la generación más joven que, en setiembre de 2019, salía a la huelga climática con una obviedad como un templo: no hay planeta B, aunque Silicon Valley proponga alquilar Saturno. Más aún. Pocos día antes del confinamiento, vivíamos la tercera huelga feminista consecutiva, después de cinco décadas de feminismo reclamando colocar la vida en el centro. Y nada, ni caso tampoco, y sólo apretar el acelerador. ¿Aprenderemos? ¿Desaprenderemos?

Decíamos ayer

En otro julio -¡ de 2008!- alguien muy querido nos escribía: “Hemos entregado la infancia a Walt Disney, la salud a la casa Bayer, la alimentación a Monsanto, la universidad al Banco de Santander, la felicidad a Ford, el amor a Sony y después queremos que nuestros hijos sean razonables, solidarios, tolerantes,”ciudadanos“responsables y no”súbditos“puramente biológicos. El mercado capitalista nos trata como piedras, ratoncitos y calabazas y después pedimos a los maestros y profesores que nos conviertan en humanos”civilizados“. No es de extrañar que cada vez menos gente crea en los discursos y cada vez más gente crea en Dios. Si aceptamos el capitalismo, si no emprendemos una verdadera transformación que asegure que en la escuela llegan ciudadanos y no súbditos, el futuro -incluso electoralmente- es de los fanáticos, los fundamentalistas y los fascistas. Como ya estamos viendo” La frase sí, es de un julio de hace doce años, del querido amigo Santiago Alba Rico en una sucinta e infausta descripción de la mercantilización de la educación y de todo lo existente, llevada hasta las últimas, nefastas y funestas consecuencias antropológicas.

Once julios después de este texto, guardo aún los apuntes -y los recuerdos- de la jornada en común compartida el pasado año. Incluso parece extrañamente normal rememorar hoy: un día normal de verano en Guipúzcoa defendiendo colectivamente, con estoica reiteración, lo que múltiples movimientos sociales, hace años, vienen sosteniendo. ¿Todo era normal entonces? No, ni mucho menos. Lo más extraño y y a la vez normal era, precisamente, que convivíamos con una crisis civilizatoria de caballo en medio de una estendida y radical indiferencia -mitad inercia, mitad inopia- con la cual mirábamos y consumíamos el mundo. Pero llegó la realidad y nos encontró dormidos. Y sí, he de reconocer que soy bastante menos optimista -no lo soy a la vista de la más estricta realidad- que las previsiones esperanzadas de Juan José Ibarretxe, que abrió aquella jornada. Ojalá sea yo el que se equivoca.

De aquellas notas de un año atrás he reencontrado un poco de todo. Desde un poema de Sarrionandia -“hasta que no aprendamos a ver en la oscuridad no sabremos escribir con claridad”- hasta la lengua de las mariposas de mi directora del instituto público. Allí donde (me) empezó todo cuando el 1990 paró la escuela para explicarnos el desastre que era cualquier guerra. En una asamblea en el patio. Acababa de estallar la primera guerra del Golfo. El agradecimiento a la Lola, directora y profesora de literatura española aún pervive hoy y siempre. Decíamos ayer también que era necesario escuchar de una vez por todas y atentamente las voces del ecofeminismo -¿ cuanto falta para que entendamos ya que siempre hemos estado frágiles y vulnerables, que nuestra condición es la ecodependencia y la interdependencia?- y que es necesario perseguir alas para arraigar y raíces para volar. Resonaba el viejo lema “ni en nuestro nombre ni con nuestro dinero”. E incluso acabó saliendo Sócrates y sus preguntas punzantes y peregrinas, como cuando en medio de una bélica asamblea en la guerra del Peloponeso sugirió que la cuestión no era nunca que sería lo más conveniente para los atenienses sino lo más justo para los hombres. La misma pregunta hoy.

Incluso recurrimos a una fábula que no es ningún cuento: es decir, que en toda comunidad humana siempre aparecen dos tipos de listos, a caballo entre la hybris de poder y la bilis de poseer: dominación y acumulación primitivas. Están los que quieren gobernarlo todo y los que se quieren quedar con todo -y a menudo son los mismos. A los primeros los llamaremos provisionalmente tiranos; a los segundos, estructuralmente ladrones. Contra unos y otros; contra bastardos y ladrones, desde Antígona y Espartaco hasta hoy en día, solo hay dos instrumentos frágiles y precarios para enfrentarse a ellos: la democracia política -que todos somos iguales- y la ética de la decencia. Y una escuela de aprendices de todo por medio. Para revertir un futuro distópìco que ya acarrea entre el Ministerio de la Soledad anunciado por el gobierno británico y la Fundación Felicidad de Coca-Cola.

Mientras intento finalizar estas líneas, dos libros pedagógicos de la asociación de maestros Rosa Sensat aparecen sobre la mesa: “La obediencia ya no es una virtud” de Lorenzo Milani y Pedagogia : el deber de resistir de Philippe Meirieu. Retorna el querido Jaume Botey. No, no hemos venido para rendirnos. Dialéctica antagónica, utopía o distopía : o salimos más libres de esta o seremos indudablemente más esclavos. Aprender a vivir juntos y juntos aprender a vivir, ha sintetizado Marina Garcés. Todo un programa educativo comunitario. Y, al mismo tiempo, un programa social de reconstrucción y emancipación.

En todo caso, hoy podemos afirmar, rastreando el espejo, que volver al pasado ya no es ningún presente y no tiene ningún futuro. Y entonces. ¿Entonces qué? La Covid 19 deja un par de paradojas sobre simultaneidad y desigualdad y sobre evidencia o sorpresa. Me explico por partida doble. Por primera vez, al mismo tiempo y en compañia, al mismo tiempo pero en condiciones tan desiguales, nos pasa a todos lo mismo. Y acaba pasando también lo de siempre en cada desigualdad concreta: solo cabe pensar en un confinamiento al norte de Girona o al sur de Soweto, de Villa Miseria o de la penúltima favela. La paradoja es que parece que es ahora que nos damos cuenta de donde caray vivíamos realmente hace tres meses. Y es el mismo lugar que hoy: ¿realidad de siempre o sorpresa sobrevenida? Contra el afán de dominación y la codicia por el lucro, debemos continuar creyendo que este mundo -y no en Marte- y seguir creyendo en las personas -y no en la última aplicación para el móvil- contra la losa de este capitalismo cuántico que nos obliga a vivir un simulacro permanente dentro de una irrealidad insostenible.

Márgenes insondable de aquel viaje en tren a Donosti, fue también la última vez que vi al recordado Mariano Ferrer, escrito con herrimiña intacta de su programa El Kiosko de la Rosi, cuando bajo la dictadura leía entre líneas las posibilidades de democracia: él, que siempre nos ayudaba, invitaba e incitaba a pensar un poco más de lo que acostumbramos a hacer, a ver más allá, a hacernos las preguntas más incómodas, a leer lo que no se escribía y a escuchar lo que no se decía. Fue en el hospital, en la habitación donde estaba ingresado. Y hablamos de casi todo y dimos la vuelta al mundo otra vez. Ya lo decía Blaise Pascal: “Todas las desgracias del hombre derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación”. El viejo dilema de Pascal en la habitación de Mariano -si somos capaces de permanecer un rato largo en la habitación, pensando y repensándonos, aguantando y aguantándonos- retronando. Más vigente que nunca. Desde entonces han pasado muchas cosas -demasiadas. Ya pasaban antes. De hecho dos trabajadores siguen enterrados en Zaldibas hace meses y aún no han podido rescatarlos debido al desprendimiento de un vertedero mal construido. Allí siguen todavía.

Lo que decíamos (y decimos) hoy

De la penúltima crisis, aún retengo el mejor resumen de cómo se salió. Me quedó grabada la metáfora proferida por Joaquín Estefanía: el 2007 el capitalismo sufrió un infarto de miocardio y entró pitando a la UCI de la sanidad pública; reanimado con dinero de todos, recibió una alta prematura; y, de nuevo en la calle y con vergonzosa inyección pública, corrió insaciable a comerse un Big Mac doble, a inflarse de gintónics y a fumarse un cartón completo de tabaco.

¿Haremos lo mismo otra vez? Incluso uno diría que la agenda de lo que es necesario está escrita por adelantado. El juez de la Corte Suprema de los EEUU Louis Brandeis lo dejó muy claro hace más de un siglo con un dicotómico dilema en disyuntiva: “Podemos tener democracia o riqueza concentrada, pero no las dos coses al mismo tiempo”. Lo que queda por hacer está dicho hace tiempo. Repetido más de mil veces. Sinópticamente, activar el freno. Lo que pretenden hacer ellos -una vez más y de nuevo-, también es demasiado previsible. Lo que pronunciamos hoy con sentido común es precisamente lo que decían los movimientos sociales ayer y que fue recibido, como constante histórica, con desdeño soberbio y desprecio altivo desde el poder. También decían que los ecologistas estaban locos cuando pedían renunciar a la energía nuclear. Finalizo estas líneas mientras veo en la tele, vía Ángela Merkel, como se desploma la central nuclear cerrada de Philippsburg, cerca de Karlsruhe. Es imposible, sí, hasta que deja de serlo.

¿Pero entonces, cómo avanzar? Ética del retroceso y del retrovisor, mirando siempre atrás para poder seguir avanzando. Rehaciendo, retejiendo, reconstruyendo aquello que al fin y al cabo más ha devaluado, degradado y pulverizado el neoliberalismo: los vínculos sociales comunitarios. Por algo será que en la Gracia antigua ya apelaban al sentido del pudor - aido - y al de la justicia - diké - para recomponer cualquier proyecto humanista. Un proyecto-programa que fuese útil, fértil y emancipador, trabajado desde la Razón y con un arado que es esta chapuza” llamada Derecho, que tendría que contener todo Poder y procurarlo (aunque fuese solo un poco) a los que nunca lo han tenido. Aunque hoy pasa lo contrario: del Estado de Derecho al Estado de Derechas. Del golpe de Estado al golpe del Mercado. Cuando la soberanía de los estados y los mercados ya no tienen nada que ver con la soberanía de los pueblos y la dignidad de las personas. Camus reloaded : cada generación, sin duda, se considera destinada a rehacer el mundo, pero la nuestra ha de impedir que el mundo no se deshaga.

Paradojas, la primera semana de confinamiento valorizó como nunca la vida en común y desvalorizó, por fin, unas cuantas cosas. “El coronavirus ha derrotado el dinero, posiblemente la divinidad más cruel de la actualidad” ha escrito el portugués Gabriel Magalhanes. En tiempos de colapsos múltiples, se da un contrafáctico democrático, postcapitalista, ecologista, pacifista, antiracista y feminista: el que dice que en realidad, será muy difícil salir de esta, pero incomparablemente mucho más difícil e imposible será no hacerlo. Solamente podremos decir mañana si asumimos esta agenda transformadora construida desde hace mucho tiempo y que, al fin y al cabo, pivota fundamentalmente en la educación, la cultura y la ética. En las aulas y en el patio. En la calle y en el barrio. En el bar y en la escalera de vecinos y vecinas.

Y esta creo que es la aportación más fértil que podemos hacer. Mirar atrás, no cono adivinos, sino con agradecimiento a los movimientos sociales y a todos aquellos que se han empeñado en conocer anticipadamente los caminos que conducen al infierno para intentar evitarlos. Diez meses de retraso en enviar un texto, autocrítica y crítica, tiene el contrapunto que da una poco de perspectiva del hámster que somos y de lo retrasados que vamos, sin mucho tiempo para la frustración densa -será necesario resistirla- o la impotencia vacía -será necesario resiliarla -. Tempus fugit, cronómetro del tiempo perdido, “Pedagogía del oprimido” o “La educación como práctica de la libertad” de Paulo Freire son del 1969 y 1965 respectivamente. El tiempo, como único detector de las mentiras que no queremos asumir.

En algún fórum altermundista se podía leer no hace mucho: “nada no cambia nunca si nada no cambia nunca”. Y lo peor que nos podría pasar es, precisamente, esto: que finalizase no pasando nada. No duden que algunos se obstinaran en esto. Howard Zinn, otro desobediente que vio sus obras publicadas gracias a una pequeña y dignísima editorial vasca -la Hiru de Alfonso Sastre y Eva Forest - siempre decía que el único espacio liberado del que disponemos es finalmente nuestra vida cotidiana, donde reproducimos de manera acrítica el mundo actual o donde nos comprometemos a transformarlo en la medida de nuestras posibilidades. No hay muchas más alternativas. Siempre ha sido así. O indolencia cómplice o exigencia solidaria. El movimiento afroamericano pro derechos civiles lo tuvo claro desde el primer momento y la lección nos la legó, de nuevo el paso del tiempo, hace ya sesenta años: el problema no es nunca lo que hace una minoría particularmente cruel o poderosa, sino lo que hacemos o dejamos de hacer la mayoría, acatándola o resistiéndola, sometiéndonos o desobedeciéndolos.

¿En qué mundo vives? O, mejor dicho, ¿en qué mundo vivimos? Esto nos preguntábamos hace un año y nos lo seguimos preguntando hoy: cuando nos indignamos tan a menudo, cuando no entendemos la brutalidad de la última noticia o cuando ya no nos preguntamos si otro mundo es posible, sino sencillamente cómo es posible este. Y, no obstante, una vez pasada la interrogación, la dejamos de lado demasiado a menudo por - ay mi madre- no haber escuchado las respuestas. La escalera de la realidad no tiene baranda. En qué mundo vivimos -y en qué burbuja-, por qué pasa lo que pasa -y se mira insistentemente hacia otro lado- y qué podemos hacer -porqué podemos hacer mucho más de la que creemos. Precisamente por esto, nos venden lo contrario: “No te comprometas, siempre ha sido así y no hay nada que hacer”. El lacónico vocabulario de la indiferencia, tan tosco y criminal que nos programan. Y de esto va toda esta historia.

¿En qué mundo vivimos? ¿En el mejor de los mundos posibles? ¿como afirma el poder con tanta desvergüenza impúdica? ¿O en el orden caníbal global, como sostienen sus múltiples víctimas cotidianas e invisibilizadas ? Sí: un solo mundo y dos relatos tan opuestos como dos mundos diferentes. Matrix global: pastilla roja o pastilla azul. Realidad o ficción. Burbuja o suelo. Infierno o paraíso

Diremos mañana

Pero si esto ya no es ficción -y ya no lo es, hace demasiado tiempo- entonces es que es la estricta realidad desnuda con todos sus nudos. Y además, más vale decirlo y combatirlo, contra toda cultura de la negación y la denegación que nos asola en medio del régimen general de la indiferencia que nos azota. Esto es solo un anticipo de otros colapsos por venir, consecutivos o simultáneos: democrático, social ecológico, energético, económico y antropológico. La pulsión del turbocapitalismo - show must go on - es nihilista y necrófila. Porque uno tiene la sensación que todo lo que estamos viviendo no es nada más que un spoiler, un pésimo tráiler anticipado, de la película que vendrá y que está viniendo. Enfrente del espejo de nosotros mismos, el más lamentable, el más ambiguo y ambivalente -posiblemente como la propia condición humana- es que podríamos decir muchas cosas excepto una: que ja estábamos advertidos y que ya teníamos retales a manta, al detalle y al mayor, de los efectos devastadores, depredadores y degradadores de la orgía neoliberal, sociópata y francamente distópico -criminal. ¿Aprenderemos? ¿Aprenderemos a aprender? No está nada claro. Lo subsiguiente por venir será una resaca polarizada, un cráter social, el recurso a la gestión autoritaria y el peligro doloroso de lo que se ha llamado ecofacismo -una carrera loca al estilo mad-max, en repliegues chovinistas por recursos escasos, en vez de activar todos los mecanismos disponibles de cooperación, colaboración y solidaridad.

Debemos frenar -dice el ecologismo-, debemos cuidar(nos) -dicen los feminismos. Debemos parar. Fue Walter Benjamin, camino largo y mirada infinita, quién definió una revolución como un freno de emergencia frente una evidencia contemporánea obvia: que nada indica -y nada es nada- que haya una salida democrática, ecologista, feminista y social bajo los rigores del capitalismo. Podemos refugiarnos en el espejismo del capitalismo nórdico, pero es puro efecto placebo y ni aun así. En la abismal -abisal- brecha Norte-Sur, porque 'Europa funcione' se necesitan factorías draconianas a Shenzen, fronteras de hierro a la Mediterránea y exportar nuestra propia mierda a terceros países, donde deslocalizamos ya, literalmente, nuestras basuras, escombros y residuos. Entonces llueve otra requisitoria imprescindible y disculpen la desnudez ecologista: asumir nuestra propia mierda de una vez por todas. Esto también está por aprender

Avisos remotos acumulados, Karl Polanyi ya avisaba -¡ el 1944!- de la radical incompatibilidad entre sociedad democrática y mercado capitalista. Sin spoilers, ya nos puso en guardia y nos explicó el final de la película, advirtiendo anticipadamente que la mercantilización de todo, la mera reducción a mercadería de cada cosa, amenazaría con romper todo vínculo social, resquebrajar la dignidad humana y hundir las posibilidades de comunidad. Porque si todo es dinero, ganancia y beneficio, entonces nada tiene valor y todo tiene solamente precio y somos pura mercancía. Pura calderilla. Y ya no habría sociedad, solo cálculo. Y así nos va. La bolsa o la vida. Ningún otro vínculo a parte del dinero en un mundo convertido en mercado. Contra esto, tendríamos que finalizar con un llamamiento, abierta invitación al ferrocarril subterráneo, a participar en la red solidaria e invisible, clandestina y resistente, extendida y resiliente, que cada día resiste cada horror para socavar la inhumanidad de momento. Esto hacíamos también en julio de 2019 en Donostia en las jornadas de Hik Hasi. Dicebamus hesterne die, como decíamos ayer, la posibilidad de aprender está abierta. Que la aprovechemos o que volvamos a desaprovecharla nos lleva de nuevo a aquella ambivalente y ambigua condición humana, capaz de lo terrible y de lo sublime. Veremos. Porque aún está por ver.

Estos días de pantalla -donde la distancia se hace cuerpo y la asamblea, ordenador - nos ha dado por Gerónimo, Ángela Davis y Passolini. Trio coral, como antídoto, para finalizar y poder volver a empezar. Gerónimo cuando dice que hay batallas tan imposibles que sólo per esto merece la pena librarlas, incluso sin esperanza. Ángela Davis porque defiende -y lleva toda una vida defendiéndolo- que no acepta lo que no se puede cambiar sino que cambia lo que no puede aceptar. O Passolini cuando en 'El Caos' (1968) matizó: “Es evidente que estamos aquí solo para luchar, no para vencer. Cuando venceremos es una cosa que no se sabe”.

O - hasiera da amaia, amaia da hasiera, como decís en euskera; el final es el principio, el principio es el final -como dijo Jesús Ibáñez con una reflexión perenne y que nunca caduca en tiempos rizomáticos de capitalismo y esquizofrenia: cuando alguna cosa es necesaria e imposible al mismo tiempo es cuando deben cambiar las reglas del juego. En esta perspectiva, lo único -o lo mínimo- exigible son dos cosas. Educadamente, que por parte nuestra no quede. Pedagógicamente, que lleguemos a tiempo. Las dos exigencias educadoras están por ver. Gracias por la paciencia, por las atenciones y por los aprendizajes. Seguimos, seguiremos.


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