Populismo, nacionalismo y el pasado. Un relato inglés de la historia en el presente
- Ian Grosvenor
- n. 31 • 2021 • Instituto Paulo Freire de España
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Populismo, nacionalismo y el pasado. Un relato inglés de la historia en el presente
Ian Grosvenor, Profesor emérito de Urban Educational History. School of Education, University of Birmingham, UK.
‘Las historias son la reserva secreta de valores: cambia las historias que las personas y las naciones viven y se cuentan a sí mismas, y cambias a los individuos y a las naciones.’ Estas palabras frecuentemente citadas fueron escritas por el poeta y novelista en Ben Okri en Birds of Heaven(1996) (Grosvenor et al 2002:21). La historia está construida esencialmente de relatos y este artículo trata de un conjunto de distintos relatos interconectados que, desde la aparición de la pandemia de Covid-19, están en circulación en el Reino Unido. Estos relatos nos ofrecen una visión particular del pasado en el presente. Esta visión ha sido promovida por el gobierno de derechas para generar una guerra cultural con finalidades políticas. Ésta es una guerra cultural [1] que no va de diálogo, deliberación constructiva, negociación o compromiso, sino que concierne a la decisión acerca de qué relatos vivificamos como personas y como nación. Es una guerra cultural que a lo largo de su desarrollo muestra todas las características propias de las políticas populistas. Es una guerra cultural que busca cambiar la política.
Para aproximarnos a ella, vamos a fijarnos en tres lógicas discursivas presentes en “el relato de la historia inglesa en el presente” : el derribo de Edward Colston, el movimiento de protesta [2] y las Voces del Common Sense Group.
Primera lógica discursiva: el derribo de Edward Colston
El domingo 7 de junio de 2020, durante una manifestación de Black Lives Matter, se tiró abajo la estatua de Edward Colston de su pedestal y, arrastrándola, se arrojó al mar en el Puerto de Bristol. La estatua había sido erigida en 1895 para celebrar y recordar a los ciudadanos de Bristol la labor filantrópica de Colston en la ciudad. Finales del siglo XIX fue un período de gran orgullo de la “aventura imperial británica”, una época en la que las teorías y prácticas racistas ya habían modulado el imperio y había poco interés para conocer cómo Colston había amasado su fortuna. Colston (1636-1721), un parlamentario conservador, fue director de la Royal African Company y había hecho su fortuna como comerciante en la trata de esclavos que cruzaban el Atlántico. El transporte de la estatua encadenada y arrojada a las aguas del puerto que una vez fue el lugar de dónde partían sus barcos de esclavos, fue decisivo para que los contemporáneos locales reconocieran las realidades del imperio y del colonialismo. Su presencia ya había suscitado largos debates en la ciudad, pero con Black Lives Matter llegó una nueva urgencia y un nuevo deseo para actuar. Cinco días después del derribo y hundimiento, Oliver Dowden, el UK Secretary of State for Digital, Culture, Media, and Sport [DCMS], escribió a los parlamentarios conservadores: ‘Como conservadores... no podemos apoyar ni tolerar a quienes rompen la ley, o atacan a la policía, o profanan monumentos públicos’. A finales de junio envió una carta a los administradores del Museum of Home, en Hackney, East London, solicitando una petición pública para recolocar en la entrada del museo la estatua de Robert Geffrye, otro mercader de esclavos. La organización había cambiado recientemente el nombre de Jeffrye Museum por el de Museum of Home. Explicó a los patronos ‘… no podemos pretender tener una historia diferente.’ Tres meses después, una tercera carta fue enviada a los museos nacionales y a las principales fundaciones de arte y patrimonio afirmando que el gobierno no podía apoyar la ‘eliminación de estatuas o de otros objetos similares.’ Alertó que, ‘como organizaciones que recibían fondos públicos, no deberían llevar a cabo ninguna acción motivada por activismo o ideología política’, sino que debían actuar con “imparcialidad”. La carta terminaba con la amenaza velada que su incumplimiento podría poner en riesgo el financiamiento público (Hicks, 2020). A principios de 2021 las mismas organizaciones fueron invitadas a un encuentro virtual con Dowden para discutir cómo debían implementar la perspectiva del gobierno de “retener y explicar” las estatuas y monumentos relacionados con el pasado colonial de Gran Bretaña. Previamente a la reunión, los medios de comunicación del ala derecha fueron informados que Dowden creía que el sector ‘debía defender nuestra cultura e historia de esa minoría ruidosa de activistas que constantemente intenta vilipendiar Gran Bretaña’. (Museums Association, 2021; Massing, 2021).
Segunda lógica discursiva: El movimiento de protesta
Poco después de lo ocurrido con la estatua de Colston, fue organizada otra manifestación de Black Lives Matter en Londres y algunas estatuas fueron protegidas antes del evento, incluyendo la del primer ministro durante la segunda Guerra Mundial Winston Churchill. Boris Johnson empleó Twitter para criticar a quienes reclamaban demoler los memoriales del esclavismo y del racismo y declaró que ‘el único posicionamiento responsable’ era estar alejado de las manifestaciones que, según él, habían sido secuestradas por extremistas violentos’. La intervención de Johnson puede ser leída como una respuesta a la presión del Partido Conservador para tomar una línea más dura frente a los manifestantes, pues como argumentaba el tweet de un parlamentario ‘Este ataque a nuestra historia, nuestra cultura, aumenta la agresión hacia mis votantes’ (Stewart et al, 2020). Sin embargo, durante el evento, fueron los manifestantes de extrema derecha quienes, mientras declamaban ‘proteged nuestras estatuas’, profanaron el Cenotaph[3] con sus saludos nazis. La cuestión del valor de las estatuas siguió siendo un tema populista en el Reino Unido, y mientras tanto Robert Jenrick publicó un artículo de opinión en el Sunday Telegraph. En él ad vertía que ‘en manos del movimiento de protesta, o por decreto de los comités culturales de los ayuntamientos gobernados por políticas de líneas progresistas [4] prevalece la intención de establecer una única y a menudo negativa narrativa’ que busca ‘borrar parte de la historia de la nación,’ y, consecuentemente, manifestó la intención de proponer enmiendas a las leyes de protección de estatuas, monumentos y otros memoriales. Había, afirmó, “una purga revisionista” en manos de unos destructores “insensatos” del patrimonio -incluyendo a los diputado s laboristas - que pretendían cambiar los nombres de las calles asociados al esclavismo y al colonialismo. Escribió :
Vivimos en un país que cree en las leyes, pero cuando se trata de proteger nuestro patrimonio, se ha olvidado de aplicar un proceso justo y las leyes han sido anuladas. Y esto no puede ser bueno. …. Lo que se ha mantenido a través de generaciones debe ser valorado con profundidad, no ser destruido en base a un estallido de un movimiento de protesta(Jenrick, 2021).
La nueva ley permitirá que cualquier vecino descontento o racista se dirija directamente al Department of Housing and Communities, teniendo el poder de anular las decisiones tomadas por las organizaciones de patrimonio o los ayuntamientos.
Tercera lógica discursiva: Las Voces del Common Sense Group
En 1895, el mismo año en el que se erigió la estatua de Colston en Bristol, fue también el del establecimiento del National Trust como entidad civil para ‘promover la preservación permanente en beneficio de la Nación de tierras e inmuebles (incluyendo edificios) de lugares de interés histórico o por su belleza’. En 2020 esta organización ela boró diferentes informes internos sobre las conexiones entre el colonialismo y el esclavismo histórico de aquellas propiedades que estaban bajo su cuidado. El informe documentaba que 93 sitios históricos tenían en su origen una financiación proveniente del colonialismo y de los beneficios de la esclavitud:
Esas historias están profundamente imbricadas en la construcción material de las Islas Británicas; un número significativo de colecciones, casas, jardines y parques a nuestro cuidado fueron creados o remodelados como expresiones del buen gusto y la riqueza, como también del poder y del privilegio, que derivaban de las conexiones coloniales y en algunos casos del comercio de esclavos. Creemos que únicamente con honestidad y transparencia y compartiendo esas historias podemos hacer justicia a la verdadera complejidad del pasado, del presente y del futuro, y al papel a menudo incómodo que la Gran Bretaña, y los británicos han jugado en la historia global desde el siglo XVI o incluso antes.(Huxtable, 2020: 5).
El informe también documentó los vínculos entre las propiedades del National Trust y la abolición del esclavismo y las campañas contrarias a la opresión colonial. Entre las propiedades revisadas se encontraba Chartwell, la casa familiar de Winston Churchill. Para el Common Sense Group, un colectivo recientemente constituido con 59 parlamentarios conservadores y siete representantes del House of Lords, el informe era inaceptable en tanto que ‘empañaba uno de los nombres más notables Winston Churchill, vinculando su casa familiar a la esclavitud y al colonialismo’. Este grupo escribió al secretario de cultura Oliver Dowden solicitando que revisara el financiamiento del Trust. En una carta en el periódico conservador Daily Telegraph el grupo explicaba sus orígenes y su misión. Se constituyó para ‘hablar por la mayoría silenciosa de los votantes’, cansados de ‘ser tratados con la condescendencia de las élites liberales burguesas’ cuando aparecían cuestiones relativas a la inmigración o a la ley y orden. En el centro de su misión estaba “asegurar” que aquellos ‘responsables institucionales de custodiar la historia y el patrimonio’ que ‘salvaguardan y celebran los valores británicos’ no fueran ‘teñidos por un dogma cultural marxista, coloquialmente conocido como la “agenda progre”’. Para el Common Sense Group, ‘La Historia nunca debe ser saneada o reescrita para encajar en preocupaciones “superficiales”’, y a una ‘pandilla de poderosos y privilegiados liberales no se les debe permitir reescribir nuestra historia según su imagen.’ (Hayes et al, 2020). La carta solo fue el primer asalto contra el informe del National Trust. Otros parlamentarios conservadores, historiadores de derechas y columnistas de periódicos se aliaron para acusar el Trust de excederse en sus competencias comprometiéndose en políticas dejándose influenciar por activistas del Black Lives Matter. El uso en el informe de la palabra “historias” como opuesta a “Historia” fue, según un comentarista, “una alerta” parecida al uso de la palabra “diversidad” y de “múltiples narrativas” para sugerir pluralidad cuando en realidad significa una “uniformidad” impuesta. El informe no era un manual sino “un manifiesto progre”, un “proyecto de re-presentación e interpretación” diseñado para ‘hacer que la gente se avergüence de ser británico’ (Moore,2020). La catedrática Corinne Fowler, una de las editoras principales del informe, fue señalada y acosada por las redes, su persona difamada, y su reputación académica cuestionada. Se pidió que el Ministerio de Cultura, Medios de Comunicación y Deporte del Reino Unido intentara impedir el acceso de Fowler a fondos para futuras investigaciones. Esto llevó a requerir una clarificación de la Royal Historical Society, sosteniendo que el Reino Unido tiene una larga tradición en financiar la educación, la cultura y el patrimonio y ‘Si alguien es demasiado “político” aquí, son los políticos quienes están violando los tradicionales principios al intentar dictaminar a qué investigaciones sobre el patrimonio pueden o no dedicar financiación’. (Griffin et al, 2021).
El relato de la Guerra Cultural Inglesa de 2020-2021
El derribo de la estatua, el movimiento de protesta, y las voces del Common Sense Group representan, cada uno de ellos, un aspecto conectado a un relato más amplio de la política británica, una ruptura creciente de guerra cultural de índole populista en el sector de las artes, museos y patrimonio. Esta guerra ha sido esencialmente una guerra inglesa, y muy poco cuestionada por los gobiernos del Reino Unido [5]. Muchos otros relatos pueden añadirse a esta guerra cultural: acusaciones de “naturaleza asesina” sobre ‘Las consecuencias raciales de Mr Churchill’ en una mesa redonda organizada por el Churchill College, Cambridge, en la que los ponientes recibieron correos con amenazas de odio, insultos racistas; las escuelas inglesas fueron advertidas de no utilizar material anticapitalista en la enseñanza; preocupaciones acerca la decisión del National Maritime Museum de revisar el estatus “heroico” atribuido a Nelson; el manifiesto de hace diez años del Kew Garden para afrontar la crisis de la biodiversidad y la “descolonización” de los jardines aludiendo a “los legados de la explotación y el racismo”, siendo descrito por el líder del Common Sense Group como ‘un postureo absurdo de gente que no se siente interpelada por el sentimiento patriótico’; llamadas a izar la bandera de la Unión Jack en cada una de las escuelas y edificios públicos como ‘un recordatorio orgulloso de nuestra historia’ y hacer que los niños canten juntos cada día el himno nacional; la formación de un nuevo grupo conservador, Conservatives Against Racism for Equality(CARFE), que promueve un nuevo discurso conservador sobre las relaciones entre razas e incluye a Ann Hart, parlamentaria por Hastings and Rye que había sido investigada por el partido en 2020 por racismo explícito; Boris Johnson exclamando: ‘Pienso que es hora que paremos nuestro sentimiento acomplejado hacia nuestra historia, nuestras tradiciones, y nuestra cultura, y paremos esta lucha de autodiscriminación y lloriqueo.’ (Gopal, 2021; Busby, 2020; Parveen, 2021; Waterson, 2020; Pogrund, 2021) ante la propuesta de suprimir los himnos Rule Britannia ! y Land of Hope and Glory durante la celebración de Last Night of the Proms coincidiendo con las protestas de Black Lives Matter debido a sus fuertes connotaciones imperialistas.
Pero ¿de dónde venía todo este enfado y pasión? ¿Cómo se dota de sentido la idea de que ‘nuestra’ cultura y ‘nuestra’ historia está siendo amenazada y robada por otros? Si desmontamos y analizamos los diferentes elementos de cada una de estas historias de la actual guerra cultural, se pueden identificar unos patrones comunes. Existe una “cacofonía” de voces sobre el menosprecio de valores y tradiciones y un sentido de indignación moral que retan las miradas y las voces de la gente “de a pie” - que naturalmente intuye lo que está bien- y el consenso está siendo minado. La legitimidad del patriotismo y de los héroes nacionales están siendo cuestionados, mientras un lenguaje que apela a las emociones circula alrededor de la centralidad de los antepasados y los lugares. La historia nacional está siendo ocultada y hay un ruido omnipresente en la prensa conservadora que denuncia que la historia está siendo reescrita sin consenso. Todos estos patrones son características del populismo de derechas (Applebaum, 2020; Burleigh, 2021) y en el contexto de esta guerra cultural ellos tienen la última palabra, escriben la última página del manual populista (Pearson, 2020). Esta es una guerra cultural que ha sido generada con finalidades políticas, y no puede separarse de la campaña por el Brexit.
El Brexit y la ‘nostalgia restaurativa’
Para Boris Johnson, el Brexit :
Fue una oportunidad para los británicos de ser los héroes de Europa y de actuar como voces de la moderación y del sentido común, y de parar algo, que en mi opinión está fuera de control... Es el tiempo para que alguien – casi siempre los británicos en la historia europea- diga “Pensamos que podría hacerse de otra manera”(Ross, 2016).
Johnson promovió la idea de que el Reino Unido es especial y la campaña del Brexit ciertamente revivió la idea de la excepcionalidad inglesa y proyectó al futuro el establecimiento de la “Anglosfera” y los “hablantes ingleses” como ‘una supuesta base de una “Britania Global”’ (Reynolds, 2019: 189). Ann Applebaum, en Twilight of Democracy. The Failure of Politics and the Parting of Friends(2020), describió la emergencia de un giro hacia la “nostalgia restaurativa” en el Reino Unido. Este fue el único país europeo que puede ‘reclamar la victoria en la Segunda Guerra Mundial’, el país ‘nunca fue invadido, nunca se rindió, es el país que eligió el bando correcto desde los inicios’, y aun así la nación ha sido despreciada. Ha pasado de un estado de orden a un estado de desorden. Formar parte de la Unión Europea fue la prueba de que todo salió mal, pervirtió el curso de la historia y la nación había sido reducida a una sombra de lo que fue. La campaña del Brexit fue un proyecto sobre la ‘verdad’ que necesitaba incrementar la conciencia nacional. El Brexit ofreció la oportunidad de recuperar, en palabras de Johnson, ‘el dinamismo de aquellos victorianos barbudos’[ Applebaum, 2020: 65, 75, 82-83, 93). Estos victorianos eran también los agentes del imperio. A finales del siglo XIX, se calculaba que el Imperio Británico poseía las tierras de una cuarta parte del mundo y albergaba una quinta parte de la población. Los victorianos creyeron que su éxito fue debido a su habilidad y superioridad innatas. Como escribió el archiimperialista Cecil Rhodes [6], persona decisiva en la anexión del imperio de grandes territorios del Sur de África, ‘ Somos la primera raza en el mundo...con los más altos ideales de decencia, justicia, libertad y paz, y cuantos más lugares habitemos, mejor será para la raza humana’ (Stead, 1902:58). Dichas ideas permitieron asentar una legitimación emocional para la nación y aportaron a los individuos un sentimiento de solidaridad, de pertenencia y de herencia, una identidad colectiva que era única. A medida que la descolonización iba ganando terreno, el imperio podría haber quedado como cosa del pasado, pero no cesó de tener su papel en la conciencia nacional y en la memoria pública. Esta identidad colectiva y su sentido de excepcionalidad con el que se asocia quedó reflejada en un estudio de 2016 que informaba que el 43% de los británicos creía que el Imperio Británico fue algo bueno, y que el 44% consideraba que el pasado colonial era motivo de orgullo. Un segundo estudio de 2020 mostró que lo que pensaban los británicos era muy parecido a lo que pensaban las personas de otros poderes coloniales del pasado (Francia, Alemania, Japón), diciendo que ellos querrían que su país todavía tuviera un imperio (Stone, 2016; Gregory, 2020).
El auge del tradicionalismo, xenofobia y nacional-populismo durante la campaña del Brexit fue paralela a un asalto sostenido contra el concepto de multiculturalismo, hasta el punto de que un comentarista concluyó que el multiculturalismo era ahora ‘ampliamente ridiculizado y trivializado’ y ‘excluido de cualquier análisis serio y de toda conversación crítica’ y que ‘el debate ha sido más exitoso gracias al uso del concepto más difuso de diversidad social y cultural’ (Grosvenor, 2019: 150). El debate del Brexit fue tóxico con su retórica incendiaria y la desvergonzada xenofobia de la campaña Leave. También se caracterizó por una serie de agitadores de la guerra cultural que se mantuvieron el debate en las universidades, en el sistema legal, en la BBC, y en las grandes ciudades que movilizaron y unieron los conservadores nacionalistas. Los debates entorno al patriotismo, la nación y la cohesión social fueron modulados y tuvieron buena recepción en el electorado durante las elecciones parlamentarias de 2019, obteniendo el partido conservador una importante mayoría. Los Brexiters habían ganado. El gobierno estaba, ahora, dirigido por uno de ellos.
Con el Brexit conseguido, ¿era necesaria otra guerra cultural en 2020? Jonathan Parry argumentó que el proyecto conservador ‘había sido siempre un proyecto para gobernar –y preservar- la nación.’ El partido conservador ‘siempre ha llevado consigo la idea de gestionar la nación.’ Es más, el partido conservador nunca duda de su derecho a estar en el gobierno. Presume que es el partido natural de gobierno. La norma conservadora está en la base del país. A pesar de ello, gestionar la nación para el futuro implica que sus seguidores estén seguros de que la gente que está al cargo ‘de su partido y nación son personas con esos valores con los que pueden sentirse seguros, y quienes toman la responsabilidad del liderazgo nacional’. Con el Brexit se eligió ‘priorizar la soberanía y la diferencia’ por encima de los beneficios económicos. Su confirmación requería una narrativa que explicaba ‘las necesidades políticas del momento y al mismo tiempo loar los mitos y tradiciones políticas, compartidas por sus bases’ (Parry, 2021). Esta es una narrativa que requiere una renovación constante. La nueva guerra cultural se demostró como la herramienta efectiva para ofrecer esta confirmación, dado que podía emplearse para distanciar el “nosotros” del “ellos”, y desplegar un discurso emotivo que podía ser movilizado por parte de los media partidistas.
Debe considerarse que la actual guerra cultural también ha tenido el beneficio de ayudar a desviar la atención de los errores políticos del gobierno de Johnson en el manejo de la pandemia Covid-19. “Errores” es, probablemente, una palabra demasiado suave. La gestión de la crisis por parte del gobierno ha sido criminal en sus consecuencias. Ello incluye el propio fracaso de Johnson como líder, con sus titubeos, retrasos e incapacidad para tomar decisiones poco populares, incluyendo la de introducir confinamientos e imponer controles fronterizos y cuarentenas. El gobierno de Johnson ignoró la recomendación de llevar mascarilla durante demasiado tiempo, el prometido seguimiento valorado como referente a nivel mundial y el sistema de trazabilidad se demostró tan inefectivo e ineficiente como derrochador, los datos no se han gestionado bien y la monitorización de los contactos ha sido negligente. La negligencia también ha caracterizado el gobierno en su intención de proteger aquellos que estaban bajo el sistema de protección social y ha habido una incapacidad de aprender de las experiencias de otros países. Todos estos errores combinados con un sistema muy centralizado han dado como resultado que el Reino Unido tenga la tasa de muertes más alta de Europa [7], a la par del desplome económico más duro del G7. Reforzar la guerra cultural en tiempos de crisis e incertidumbre y presentando una visión confortable e idealizada del pasado ofrece al público una sensación de estabilidad y seguridad, un recuerdo de la fuerza del espíritu británico y de sus valores en tiempos de adversidad.
Populismo, nacionalismo y el pasado. Un relato inglés de historia en el presente.
¿Cómo la historia y una comprensión del pasado entran a formar parte del dominio público? ¿Cómo se desarrolla y se sostiene una perspectiva de comprensión consensuada? ¿Cómo es posible que una lectura del pasado domine por encima de otras? Estas son cuestiones centrales para intentar entender el relato que aquí se presenta, de una historia inglesa en el presente. El ensayo de Immanuel Wallerstein sobre la construcción de “pueblo” es un punto de partida útil. Empezó preguntando ‘¿Por qué uno quiere o necesita un pasado, una “identidad”?’. Llegó a la conclusión que el “pasado” es central e inherente al ‘concepto de pueblo’. El “pasado”,
Es un modo con el que las personas son persuadidas para actuar en el presente con unas maneras que tal vez, sin este “pasado”, no hubieran realizado de la misma forma. El pasado es un instrumento que las personas utilizan para ir contra los otros. Es un elemento central en la socialización de los individuos, en el mantenimiento de la solidaridad de grupo... el pasado propio es, por definición, una reivindicación de la pervivencia del pasado.’
El “pasado” es producido y reproducido a través de los discursos (Wallerstein,1991 : 78). Los líderes políticos, como indica Reynolds, ‘quieren una versión de la historia clara, simple e inspiradora para promover visiones de futuro’, y es utilizada como argumento para tranquilizar a su base electoral (Reynolds, 2019: 249). Sin embargo, cuando la historia ondea en la bandera nacional y el discurso acerca del pasado se encuadra con la lente nacionalista, el relato contado es siempre partidista. El relato partidista que dominó la campaña del Brexit y sigue en circulación en la Gran Bretaña post- Brexit es uno en el que hablar de patrimonio ha sobrepasado a la historia. Para entender cómo el patrimonio se convirtió en sustituto de la historia y en el poderoso asidero de la guerra cultural necesitamos entender la diferencia entre patrimonio e historia como aproximaciones al pasado.
Símbolos, monumentos, memoriales, edificios antiguos y objetos de exposición representan el “pasado tangible” en el presente. Ellos son el terreno sensorial del patrimonio y han sido heredados por las generaciones que la siguieron. Pertenecen al “nosotros” y representan la continuidad ante el cambio de un mundo inestable. Nos recuerdan quienes somos. Las historias que se cuentan sobre estos bienes patrimoniales son las historias que las naciones se cuentan a sí mismas. Estas historias están preservadas, atesoradas y reproducidas a lo largo de los tiempos. El patrimonio, en este sentido, ofrece a la “gente” una promesa de certitud, de familiaridad y de pertinencia. Es a través del patrimonio que el pasado logra una “presencia pública”. Ocupa un estante público que es “nuestro”, no sólo ‘como una posesión y derecho de unos pocos’ (Wright, 2009:131-32). La historia, como opuesta al patrimonio, es una disciplina con sus propias reglas y procedimientos. La palabra “historia” viene del griego istoreo, que significa “interrogar”. De ahí que la Historia como disciplina consista en preguntar. Preguntar por cuestiones relativas a las evidencias del pasado e interpretar qué rebelan dichas evidencias acerca del pasado. La “Historia”, como J.H. Plumb escribió, es ‘un proceso intelectual’ que intenta ‘limpiar la historia de la humanidad’ desde ‘visiones engañosas de un pasado con significado’ (Plumb, 1969: 12, 17). La definición dicotómica de David Lowenthal de los dos términos quizás ofrece el más conciso resumen. La Historia, según Lowenthal, es universalmente accesible y comprobable. El Patrimonio es ‘tribal, exclusivo, patriótico, redentor, o auto-enaltecedor'; consiste ‘no en hechos comprobables, sino en lealtades crédulas’ (Lowenthal, 1996: 120-21).
Así definidas, el Patrimonio y la Historia están en el centro de la presente guerra cultural y plantean visiones confrontadas del pasado, del presente y del futuro. En la guerra cultural, todas las historias relatadas en este artículo instrumentalizan el término de “historia”. Es una historia de historias que alimenta el orgullo nacional y la memoria pública, es una historia de reverencia y repositorio de las “grandes vidas”, de “grandes hazañas’ y sacrificio de todos los que han sido memorializados. Los siguientes tres extractos sirven como recordatorio de los relatos compartidos anteriormente, a la vez que evidencian la precisión de la definición de patrimonio de Lowenthal. Los dos primeros son de un debate parlamentario de principios de noviembre de 2020 y, el último, de una entrevista realizada pocas semanas después por un periódico local:
… Boadicea, Alfred the Great, Richard the Lionheart, the Black Prince, Henry V, Francis Drake, Prince Rupert, Marlborough, Wolfe, Nelson, Moore, Wellington, Gordon and Montgomery, among others. These are great heroes and we should celebrate them … We should be proud of our history … we have had an avalanche of miserable, Britain-hating nonsense about our history and our culture filling the airwaves in recent months … Left-wing troublemakers are determined to ignore our history and smear our past heroes … Her Majesty’s Government are clear about our history and our culture: the United Kingdom of Great Britain and Northern Ireland is a fantastic nation with a first-class history... we should never bow to the activists who want to scrub our history bare and start from year zero. We must retain and explain all aspects of our noble island’s story for the benefit of future generations.
Extract 1: Jacob Rees- Mogg [8](Hansard, vol 638, 12 November).
Britain’s heritage is under attack, ironically from those missioned to be the guardians of it …Can we have a debate on how these charitable organisations’ purpose is being perverted by political posturing, as they all seem to be in the thrall of the militant Black Lives Matter movement? Mr Deputy Speaker, defending our history and heritage is our era’s battle of Britain.
Extract 2: Sir John Hayes (Hansard, vol 638, 12 November).
History is full of all kinds of good and bad things but each of us is a product of our history and we can't sanitise or rewrite it …The effects are potentially devastating … if children cease to learn about these great heroes like Churchill and Nelson, how robbed they would be of the prestige that gives people a sense of purpose and pride in their heritage.
Every country's history is littered with great and good things, as well as less good things. But that doesn't mean we shouldn't be very pleased to be British and proud of what we've done. It's also about reflecting the views of the silent majority, the hard-working patriots who are pleased when their values are put across as an alternative voice, rather than the liberal left domination of the media and social media.
Extract 3: Sir John Hayes, (Spalding Today23 November 2020).
Ruth Wodak ha descrito esta retórica e ideas como una “ignorante arrogancia”, una política retrógrada infundida de nostalgia y anti-intelectualismo (Wodak, 2021: 260), pero ¿cuál fue el contenido histórico tan ofensivo para que en el debate parlamentario se necesitara evocar el lenguaje patriótico de la segunda guerra mundial?
El historiador Patrick Wright observó que,
La nación no era vista como una sociedad heterogénea que construía su propia historia al avanzar, aunque caóticamente, hacia el futuro. Al contrario, es enseñada como algo ya logrado con una entidad atemporal que solo demanda una apropiada reverencia y protección en el presente.(Wright, 1986: 34).
Precisamente, este es el caso de la admiración suscitada por las casas de la campiña inglesa. Ellas encarnan los valores y la tradición, y su herencia material ha sido protegida y asegurada por un proyecto continuado de preservación, un proyecte que por su naturaleza es a la vez necesariamente defensor y mostrador de una comprensión particular del pasado. La misión original del National Trust estaba fundamentada en este proyecto de preservación ‘para promover la preservación permanente en beneficio de la Nación de tierras e inmuebles (incluyendo edificios) de lugares de interés histórico o por su belleza’ En el contexto de la guerra cultural y la misión de la National Trust el relato esperado sería el que contara cómo el Parlamento británico abolió el comercio transatlántico de esclavos y cómo el altruismo de los abolicionistas blancos habían sido memorializados y elogiados como punto central de la visión histórica conservadora: ‘El nuestro es el partido de Wilberforce y la abolición del esclavismo; el partido de Shaftsbury y de las leyes de producción; el de la “elevación del pueblo” de Disraeli y el partido de Margaret Thatcher que liberó la economía y abrió oportunidades’ (Hayes, 2018 ).
El informe de la National Trust: Colonialism and Historic Slavery estaba basado en evidencias históricas, en particular con la detallada base de datos Legacies of British Slave- Ownership project. Este proyecto financiado primer por el UK Economic and Social Sciences Research Council(2009-2012) y posteriormente por el UK Arts and Humanities Research Council(2013-15) proporcionó no solamente evidencias empíricas de los vínculos con la esclavitud, sino que también las contextualizó. En el contexto de crítica e invectivas públicas dirigidas a los descubrimientos del Trust, el proyecto Legacies of British Slave- Ownership publicó una declaración en su página web diciendo que el Trust había ‘sido atacado por su honestidad y determinación para ampliar las historias que daban a conocer a sus visitantes y proporcionar una exploración más compleja del pasado de las propiedades que tienen bajo custodia y de las personas que las habían habitado.’ Eso reafirmaba ‘cuánto de importante es ser un investigador riguroso al explicar, hoy, las historias del pasado. No importa lo incómodas que sean estas historias, explicarlas es nuestra obligación para el público y siempre debemos hacerlo seriamente’ y concluía que ‘es responsabilidad de todos comprometernos con la verdad histórica’ (Legacies of British Slave- Ownership, 2020)[9]. Así pues, tenemos una historia alternativa, una que focaliza su atención hacia la larga historia de connivencia de la nación con el comercio de esclavos, el dolor de los esclavos y los beneficios sociales y económicos que aportaron el colonialismo y la economía de la esclavitud.
Dos historias muy diferentes. La anterior es autocomplaciente, nacionalista, y culpable de una amnesia selectiva. La última está basada en evidencias y en una investigación rigurosa. No se trata de un desprecio de sí misma sino de una verdad histórica. Esta es la historia que explica el informe del National Trust , pero también es una que recuerda y documenta las relaciones entre las propiedades del Trust y la abolición de la esclavitud y con las campañas en contra de la opresión colonial. Sin embargo, es una historia que para los políticos de derechas y para los medios partidistas fue un acto de traición, una reescritura de la historia que avergüenza la nación.
En Thinking Reflexively : Opening “Blind Eyes” la historiadora Catherine Hall observa que la implicación de la Gran Bretaña en el mercadeo de esclavos y en la esclavitud es frecuentemente “marginalizado y olvidado” como algo que ocurrió “en aquellos tiempos” (Hall, 2017: 261). Recientemente, el sociólogo y economista político William Davies apuntó de manera parecida en relación a los argumentos sobre el imperio y la raza,
Hay todavía secciones de las élites que insistían en una imagen paradójica de la historia, en la que los británicos dominaban el mundo y aun así estaban lejos de los distintos territorios y personas que dominaban. (Davies, 2021: 14).
Esta sublimación se arraiga en la creencia de un imperio liberal bienintencionado y, en la memoria pública construida sobre los mitos redentores de las colonias con la “persistente máscara” de la investigación histórica que demuestra que ‘el Imperio Británico está moralmente quebrantado por fundamentarse en el racismo, la violencia, la extracción, expropiación y explotación’(Satia, 2020:4). En el fin del imperio, este deseo de presentarlo desde una óptica positiva conllevó la destrucción de los archivos por parte del gobierno para esconder “los comportamientos racistas y discriminatorios” de los oficiales coloniales en Malasia y en el caso de Kenia la destrucción sistemática de miles de archivos oficiales que daban cuenta de la represión ejercida ante la insurgencia Mau Mau [10](Ovenden, 2020:176-177). Al final del imperio, el imperio vino a casa en forma de inmigrantes de la Commonwealth que vinieron al Reino Unido y se asentaron. Sus descendientes ya nacidos británicos están planteando nuevas preguntas y creando nuevas narrativas de las experiencias del imperio. Esta es una historia que exige una rendición de cuentas y una aceptación de la realidad histórica del imperio más que la mitología. En 2014 el Foreign Office condenó las “inequidades” del comercio de esclavos, pero insistía que ‘estas vergonzosas prácticas pertenecían al pasado’ y que ‘los gobiernos de hoy no pueden asumir la responsabilidad por lo que pasó hace 200 años’ (Reynolds, 2021: 49). Es una historia que requiere una justicia reparadora.
Sería erróneo sugerir que únicamente el actual gobierno conservador ha situado el sentimiento nacionalista y patriótico por encima de la historia. En el periodo de Margaret Thatcher, como en el de Johnson, viró hacia el pasado victoriano, o como Priya Satia lo describió: ‘una visión mítica de aquel pasado, incluyendo sin remordimientos el imperialismo y el militarismo’. Para ilustrarlo, Satia toma la guerra de las Malvinas de 1982 que ‘dependió y apeló profundamente al sentimiento nacionalista armado con la historia que... intentó compensar la evidente pobreza del presente con una visión nostálgica del pasado’ (Satia, 2020: 271). Fue un sentimiento en el que tener los mismos derechos en la sociedad era ser parte de, y compartir, una historia de experiencias, cultura, lengua y religión comunes como Thatcher comentó: ‘la gente de las Islas Falkland, al igual que la gente del Reino Unido, son de una raza isleña. Su estilo de vida es británico; su lealtad a la Corona’ y ‘...ellos son nuestra propia gente. Con los isleños de Falkland somos como una familia’ (Barnett, 1982: 18). Esta era una definición de pertenencia en la que ser negro y ser británico eran mutuamente exclusivas, ‘los falklanders eran británicos... por lengua, costumbres y raza... más británicos incluso que los autodenominados Black Englishmen que viven en tierra británica’ (Casey, 1982:25). Era una definición de pertenencia en la que se invocaban las metáforas de “nación”, “familia” y “el estilo de vida británico” como elementos centrales de la identidad británica. La pertenencia no podía ser conferida, no podía ser ofrecida, era sentida. El sucesor de Thatcher como primer ministro, John Major, se hizo eco de este sentimiento nacionalista y de la distinta naturaleza de la identidad británica:
Siempre permaneceremos como ciudadanos británicos. Nunca, caiga lo que caiga, dejaré que la singularidad de nuestra identidad británica se pierda en una Europa federal … y a aquelles nos ofrecen consejos gratuitos, les recuerdo lo que nuestros miles de años de historia les habría de haber ya enseñado: no puedes intimidar a Gran Bretaña(Major, 1992).
La historia era “el ancla” que daba ‘experiencia y... continuidad… a nuestra vida nacional’ (Major, 1993). Para Major, el pasado era una constante y un simbólico: ‘dentro de cincuenta años Gran Bretaña continuará siendo el país de las largas sombras en los campos de juego [11], la cerveza tibia, los suburbios verdes, amantes de los perros y... las antiguas criadas en bicicleta yendo a comulgar a través de la neblina matutina” y... todavía leyendo Shakespeare en la escuela’ (Major, 1995).
Conclusión
‘Todos los historiadores son narradores de cuentos’ (Harkness, 2009). El buen oficio del historiador como cuentacuentos depende del uso que haga de las evidencias, de la estructura de la argumentación, y de un conocimiento escrupuloso de la historiografía. En el esfuerzo para incorporar todo lo que atañe a la globalidad, es el historiador quien fija lo que está incierto. La Historia nunca es estática, y esto es una obviedad: cada nueva generación de historiadores planteará nuevos interrogantes al pasado y, en consecuencia, la interpretación histórica cambiará y habrá nuevas narrativas, nuevas historias (Plumb, 1969: 144; Hill, 1989: 11). Reescribir la historia es lo que hacen los historiadores. ‘La promesa de la historia como una práctica de imaginación’, tal y como escribe Bill Schwarz, es lo que nos hace libres de un simple “pasado” y de hacer decible que en otro tiempo no lo era.’ (Schwarz, 2011: 13). Lo “decible” y lo “indecible” la narración y el silencio nos llevan a cerrar el círculo de palabras con las que hemos empezado este artículo, ‘Las historias son la reserva secreta de valores: cambia las historias que las personas y las naciones viven y se cuentan a sí mismas, y cambias a los individuos y a las naciones.’ El texto de Okri continúa,
Las naciones y las gentes claramente son las historias con las que se alimentan a sí mismos. Si ellos se explican historias falsas, sufrirán las consecuencias de esas mentiras en el futuro. Si ellos se cuentan historias que afrontan sus propias verdades, ellos abrirán sus historias a devenires abiertos(Grosvenor et al, 2002: 21).
La historia se ha convertido en un campo de batalla en una guerra cultural orquestada políticamente. Como historiadores tenemos una responsabilidad con la verdad y nuestra tarea es permitir a todos los ciudadanos conocer lo que ha sido silenciado u olvidado. Silenciar el pasado ‘normaliza el presente como el único posible’ (Satia, 2020: 282). El conocimiento histórico necesita ser compartido a la vez que reclamado para el futuro.
La guerra cultural de 2020 y 2021 sobre las versiones opuestas del pasado han dominado de tal manera el debate político, la televisión, la prensa y las plataformas digitales, que ha absorbido atención y espacio, excluyendo al compromiso crítico a través de la evidente, lenta y gradual normalización del populismo de extrema derecha en Gran Bretaña, donde ideas y prácticas han alcanzado el centro de la sociedad, paralelas a un cambio consciente hacia el autoritarismo. Ha habido un imparable ataque violento contra las libertades civiles, los derechos humanos, la norma de la ley y de la misma democracia. Sigilosamente, Gran Bretaña está deviniendo más autoritaria. En Britain’s authoritarian turn(2021) Frances Webber ha identificado un conjunto de nuevas legislaciones y propuestas del gobierno en terrenos del crimen, vigilancia, e inmigración y asilo que habían formado parte de la agenda de la derecha para el cambio. Las propuestas de sentencias y legislación sobre vigilancia y crimen darán nuevos poderes a la policía para restringir los derechos fundamentales de una protesta pacífica, incluyendo una nueva ofensa de ‘causar molestias públicas, ya sea intencionalmente o por descuido’ que es definida como causante de “serios incordios” o “serios inconvenientes”. Las restricciones en la rendición de cuentas legal a los actores del estado y recurrir a los tribunales para retar las decisiones ministeriales ilegales también está amenazado, mientras que la protección legal a los solicitantes de asilo es amenazada con devoluciones, los derechos de aquéllos reconocidos como refugiados serán suspendidos con una política de “centros de internamiento” en los remotos territorios de Islas Británicas (Webber, 2021: 106-120). Como concluye Webber,
En definitiva, el primer año del nuevo gobierno de Johnson ha mostrado un alarmante y constante desatención de las libertades civiles; un lento pero sistemático desmantelamiento de los fundamentos legales que salvaguardan estas libertades; un proceso que amordaza y domestica toda institución cuyo propósito sea el de proteger al individuo del arrogante poder ejecutivo; y una práctica de denigración por parte de los medios de comunicación hacia aquellos que cuestionan el poder(Webber, 2021: 115).
Estos actos irrecusables surgen de la suspensión ilegal que el gobierno hizo del parlamento durante las negociaciones del Brexit y el posterior paso a la legislación ilegal del Brexit. El gobierno también ha intimidado y debilitado el poder de la Comisión Electoral impulsando cambios que recortarán derechos a los pobres y a los ciudadanos no blancos. Y está operando un sistema informal de nepotismo irregular en el momento de contratar y de conceder citas en administraciones públicas. Además, en el último caso el gobierno ha sido acusado de llevar a cabo una política concertada de “limpieza cultural” en el sector de las artes y la cultura, vetando la renovación de aquellos miembros de los Patronatos que no tengan ‘una actitud similar a la del gobierno’ y por lo tanto rompiendo el equilibrio de opiniones en el sector (Barker et al, 2021). La guerra cultural de 2020-21 ha sido una trampa que ha absorbido todo el oxígeno en el debate, mientras en la recámara se ha creado un espacio para redefinir las políticas británicas.
Esta agenda no es sólo ‘un relato inglés de la historia en el presente’. La injerencia gubernamental en la definición de qué historia nacional debe ser contada, no es una experiencia que se dé solamente en el Reino Unido. El neoliberalismo y el capitalismo global se han aliado para crear las condiciones en las que la discordia, la inestabilidad y la polarización social pueden emerger y las administraciones populistas de Hungría, Polonia y los Estados Unidos han articulado su propia versión de guerra cultural para controlar el pasado en el presente e intimidar a los académicos (Burleigh, 2021; Wodak, 2021). Resumiendo, en la política global está emergiendo una ‘nueva normalidad’ en la que la verdad histórica está siendo abandonada en aras de ‘olvidar, sesgar y mentir sobre el pasado’ (Andress, 2018: 47) y, en zonas de penumbra, las normas democráticas están siendo lentamente desmanteladas y los derechos de los ciudadanos altamente erosionados.
Como historiadores deberíamos continuar “separando la historia -el grano- de la paja”, deberíamos recordar que el conocimiento ‘no es un objetivo en sí mismo, sino un sendero a la sabiduría; no confiere privilegios sino deberes, no da poder sino responsabilidad. ’ (Sivanandan, 1982: 89). Es nuestro deber y responsabilidad poner en evidencia las mentiras.
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[1] Cultural war es la expresión con la que se ha venido denominando las discusiones que han aparecido recientemente en el Reino Unido sobre cómo tratar la memoria histórica de su pasado imperial. Aquí la traducimos como guerra cultural.
[2] “Baying mob” en el original.
[3] E l Cenotafio es un monumento a los caídos. Está ubicado en Whitehall, Londres, Inglaterra, Reino Unido.
[4] Robert Jenrick utiliza woke worthies, término peyorativo para referirse a las inquietudes progresistas, algo parecido al sentido que se da en castellano al término progre.
[5] El Gobierno de Escocia aprobó revisar la historia colonial y de la esclavitud presente en las colecciones de sus museos.
[6] La estatua de Cecil Rhodes en el Oriel College, Oxford University, ha sido el foco de una campaña para su derribo. Ver, Rhodes Must Fall Movement, Oxford, Rhodes Must Fall London, Zed Books. 2018.
[7] En el momento en que escribía este artículo, 127,538 personas habían muerto.
[8] Rees- Mogg, Lider conservador del House of Commons.
[9] Ver https://www.ucl.ac.uk/lbs/ . Ahora el proyecto ha sido transferido al Centre for Legacies of British Slave- ownership de la University College London.
[10] La insurgencia Mau Mau (1952-1960) fue una guerra en British Kenya Colony, entre Kenya Land I Freedom Army y las autoridades del British Colonial.
[11] County grounds es una referencia al campo de juego en el que el deporte nacional del cricket inglés es jugado durante los meses de verano.