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vol 7 • 2010

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Rizoma freireano 7. Universidad: hacer de la crisis una oportunidad

Rizoma freireano 7. Universidad: hacer de la crisis una oportunidad

Anna Maria Piussi

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El estrecho vínculo entre la destrucción de la universidad que hemos conocido, el ataque a la escuela pública y el abandono del sector público por parte de los gobiernos, ha salido a la luz con la crisis del sistema con el cual el capitalismo neoliberalista inexorablemente ha jugado con los destinos del mundo. Una crisis hoy tan profunda que parece una burla insoportable a quienes han defendido este sistema, y una gran oportunidad para aquellas y aquellos que no han creído nunca en él y lo han soportado mal. Sin embargo, el que sabía de lo que se trataba hace como si no supiera nada de las causas y de los efectos, hace gala de un activismo tan ciego como peligroso para rehacerse con el juego que se le ha escapado de las manos.

Quizás nos toca a nosotros, que queremos una universidad y una escuela para sus finalidades más propias, aprovechar la oportunidad para construir otro juego, con los ojos fijos en una visión.

Una visión, un sueño creador, por decirlo con María Zambrano (1986), que nos llama a un despertar transformador en relación con la realidad.

1. La universidad de los hombres

Presos en un sueño obsesivo, repetitivo y delirante; eso parecen los artífices y los sostenedores del nuevo modelo europeo (y occidental) de la instrucción superior y de la investigación en la era de la Sociedad/Economía del conocimiento, modelo que la universidad estatal está llamada a realizar, junto a un número creciente de entes de investigación y ateneos privados o públicos-no estatales, presenciales, mixtos, on-line. Algunos de los cuales se presentan ya sin tapujos como competidores en el mercado global de la formación: como una conocida universidad telemática pública, que en Italia promociona en grandes periódicos sus propias mercancías con ofertas tipo “omaggio di mentore light” (descuento por la compra del tutor individual) en el momento de la inscripción dentro de una fecha determinada. Podemos sorprendernos y ponernos moralistas, pero más útil es reconocer que la lógica del compre tres y pague dos ha pervertido todo el sistema universitario, transformado en empresa, que se articula en diversas formas, a veces difícilmente descifrables, pero siempre en nombre de la modernización y de la ampliación democrática de la instrucción superior y de la investigación.

Porque de esto se trata: del proceso reformador, conocido como Proceso Bolonia, iniciado en los años ochenta pero dirigido formalmente en el 1999 por los ministros de los países europeos en el cuadro de la globalización económica y la internacionalización de la instrucción superior; proceso que ha producido una cascada, de arriba abajo, un flujo de innovaciones continuas con las que nada parece ya como antes, que se pone como intérprete de una nueva y moderna idea de ciudadanía democrática basada en la adquisición de bienes inmateriales, conocimientos y competencias necesarias para superar los desafíos del nuevo milenio y no quedar excluidos. ¿Excluidos de qué? No de una convivencia social más justa, más a medida de todos y cada uno, en la que participar y contribuir con las propias vocaciones, posibilidades y deseos juntos a las otras, a los otros; no de un mundo a la búsqueda de un nuevo centro de gravedad, necesario para la supervivencia misma del planeta y garante de una vida humanamente más rica y posiblemente feliz en el presente y en el futuro. No. La exclusión, temida o real, se refiere desgraciadamente a la lucha económica y el desarrollo tecnológico-científico por ella exigido. Éste es el paradigma de democracia que occidente pretende exportar a todas partes: un paradigma bélico y, añado, en definitiva masculino.

La carrera para no quedar los últimos en la modernización de la universidad asume una apariencia técnica: en cada país aspirante a la integración en el nuevo “Espacio europeo de la instrucción superior y de la investigación” los cambios vienen bajo la forma de medidas técnicas necesarias para recuperar posiciones, cuando no para vencer en la competición por la excelencia. Y la modelización uniformadora, en sentido cada vez más restrictivo, de cada aspecto de la vida universitaria –de las finalidades/formas de la investigación en la organización didáctica, en los itinerarios de aprendizaje, en la organización del trabajo, en los procedimientos de evaluación, etc.- no ha sido contestada sino hasta hace poco tiempo, en la medida en la que no se ha propuesto como ideología, sino como modelo técnico que responde a problemas técnicos. Han sido soportadas normas y medidas crecientes, cuya capilaridad, sinónimo de eficiencia y garantía de transparencia, llega hasta el interior de los pliegues de la experiencia subjetiva hasta transformarla, penetra en los deseos de los que hacen investigación, enseñan y aprenden, y en sus relaciones, para solicitarlas, dirigirlas, evaluar la conformidad a los estándares, y, en definitiva, para hacer que hombres y mujeres, jóvenes y adultos – el capital humano- se adecuen al nuevo ideal, el manager, convirtiéndose lo más rápidamente posible también en manager de sí mismos. Una serie de deslizamientos de sentido ha acompañado, de modo casi imperceptible pero aparentemente imparable, las transformaciones materiales e inmateriales de la vida universitaria, como en general las formas de vida y los sujetos que la habitan. El paradigma mercantil productor/consumidor, proveedor/cliente ha transformado las relaciones sociales y las relaciones entre sujetos, sometiéndolas a la presión meritocrática y utilitarista y a parámetros fuertemente empresariales. La formación, también la universitaria, se ha convertido en una mercancía vendible (quizás) para la empleabilidad en el mercado. Y el sujeto en formación, transformado en consumidor de eventos-objetivos formativos, está exento de preguntarse por sus propias necesidades, objetivos, deseos, motivos de desarrollo personales. Es suficiente con que se concentre en la obligación de acumular constantemente puntuaciones en la óptica de una continua, abstracta, certificación de conformidad, y en saber gestionar lo mejor posible, individualmente, la libertad de elegir entre diferentes, múltiples, virtualmente infinitas, oportunidades. Pero las elecciones no tienen nada que ver con una dimensión de sentido que implique espacio de reflexión radical, duda, recorrido vivido, fidelidad a sí mismo, deseo, vocación.

Las actuales catástrofes financieras y económicas a nivel global, con los recortes relativos a la instrucción y la cultura, se han encargado de poner al descubierto, como si aún fuese necesario, un paradigma de progreso que no hace progresar; han desvelado la falsificación de la política universitaria como una mera administración técnica (governance), y, aún más, la ficción de una idea de sociedad finalmente centrada en la valoración del saber y en su participación democrática. Cuentos, apunto. En realidad los estados-nación y sus gobiernos –de derecha y de izquierda- se han hecho intérpretes políticos de las instancias del mercado desregulado, y con la crisis están preparados para abandonar el fardo de la formación, de la investigación, de la cultura difundida y participada, salvando solo los puntos de “excelencia”, que son funcionales a intereses restringidos. Y mientras el mundo se asoma a un futuro incierto, Europa se aferra, repetitiva y ruinosamente, a los objetivos de la Carta de Lisboa, o sea, hacer de Europa, en el 2010(¡), “la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, para lograr un crecimiento económico sostenible con nuevos y mejores puestos de trabajo y una mayor cohesión social”: una visión de tecnócratas que mal soporta todo lo que se sale del horizonte de la contabilidad, financiera y política, sin importancia y efímera, y del todo privada de la capacidad de mirar un poco más lejos, a lo que está ocurriendo por ejemplo en USA y Brasil, dos grandes países muy diferentes entre sí, que han decidido cambiar de ruta invirtiendo en instrucción, investigación y salud para todos, apostando (quizás) por una nueva civilización.

En las recientes movilizaciones italianas e internacionales [1] nuestras/nuestros estudiantes y jóvenes investigadores precarios, toda una generación en riesgo presente y futuro, han asumido con razón como paradigmática la frase “No pagaremos nosotros vuestra crisis”. Y con inteligencia política han elegido la palabra crisis para referirse no solo a la catástrofe económica, sino, también, a la caída de todo un modelo de sociedad y civilización. Han registrado a partir de sí los daños de la modernización neoliberalista: precarización y explotación intensiva del trabajo, merma de la calidad de la formación, jerarquización de la cualificación intelectual y de los saberes según los parámetros de la utilidad económica, pero también desaparición de tradiciones culturales completas, homologación de las diferencias y de las narrativas locales, impresionante aumento de las desigualdades socio-económicas y de la injusticia, sumisión de la política a las razones del mercado. También en España, como en otros países europeos y extraeuropeos, se ha hecho oír la voz de las/los estudiantes junto a las de las/los docentes más atentos y sensibles: juntos han dado vida a prácticas a partir de sí mismos y de sus propios deseos y a formas creativas de habitar la universidad como laboratorio de nuevos estilos de vida y de pensamiento (Miralles Lucena, 2009).

2. La universidad de las mujeres (y de los hombres que no aman el poder)

La universidad en riesgo de destrucción es la masculina: no ya patriarcal, sino de los hermanos, parricidas de las propias genealogías simbólicas y de cualquier principio de autoridad, que en la lucha por el poder y por sus privilegios se alinean y/o compiten entre ellos (y con las hermanas). Que la universidad y la ciencia occidentales como instituciones son históricamente criaturas masculinas, es ya conocido. Menos conocido, quizás, es la gran tradición que ha construido estas instituciones como mundos sin mujeres [2], habitados y hablados por hombres célibes, incapaces de relaciones con el otro sexo. Máquinas célibes y misóginas, aunque con la secularización hayan abierto las puertas a las mujeres incluyéndolas y asimilándolas. Ciencia moderna y universidad, su institución principal en cuanto legitimada a lanzar títulos reconocidos, se han construidos bajo el control y la égida de la Iglesia latina y del ideal ascético-clerical del docto y del científico, borrando todo un mundo precedente (en torno al 1º milenio de la era cristiana) hecho de intercambios con mujeres cultas y sapientes, con culturas y pueblos ajenos (“bárbaros”, árabes), de mestizajes lingüísticos no suplantados aún por la lengua de los doctos, de monasterios en los que vivían, enseñaban y aprendían juntos hombres y mujeres de autoridad reconocida, de escuelas y academias surgidas de modo espontáneo en los que transitaban libremente jóvenes de toda Europa persiguiendo la fama según las propias pasiones. El ideal del celibato, de descendencia clerical, excluyendo a las mujeres y a su civilización, ha modelado la universidad como lugares del Uno, homosociales y misóginos, y ha dividido igualmente la ciencia occidental, deformándola en producciones abstractas, artificiales y alejadas de la vida, en discursos despersonalizados y aparentemente desencarnados.

En el siglo pasado las mujeres han entrado en número creciente en la universidad, contribuyendo a transformarla en universidad de todos (lo prefiero a “de masas”), y les han llevado su amor por el estudio y por la investigación hasta sobrepasar cuantitativa y cualitativamente a sus colegas en muchos sectores. La exclusión femenina ha sido sustituida por la elevada pretensión de las mujeres –al menos de aquellas que no se contentan con incluirse borrando su propia diferencia- de hacerlo un lugar de nutrición cultural y espiritual, de construcción de relaciones no instrumentales, de libre investigación e intercambio de saberes útiles para la calidad de la convivencia humana y para una civilización de relaciones. Justo en el momento en el que la universidad pública se abandona a favor de otras instituciones más remunerativas en cuanto a prestigio, poder y dinero, deseamos nutrirla de cosas buenas restituyéndole su rostro femenino, que no excluye a los hombres sino a su aferramiento al poder, sabiendo que el deseo de felicidad, de sentido, de calidad de las relaciones, de belleza, no se puede eludir; de otra forma el sufrimiento y la guerra cotidiana se hacen infinitos. Y para esto se precisa la capacidad de hacer palanca sobre lo bueno que ya existe, sobre los deseos no acallados por el exceso de ofertas o de vacuos encargos, sobre la confianza de poder hacer con otros, para sí y para los otros, aquello que no se puede hacer solo cuando se está movido por un gran deseo, no por intereses propietarios. Y se precisan libres invenciones, incluso más libres de escrúpulos que el propio capital; y mediaciones capaces de hacernos salir del embudo cada vez más estrecho que constriñe aquel flujo de cuerpos, mentes, lenguajes, relaciones, encuentros, desencuentros, aparentemente desordenado pero vital, necesario en la universidad para hacerla ser según sí misma. Y reactivar el círculo en el que las cosas y el sentido de las cosas se combinan en modo nuevo abriendo posibilidades imprevistas, junto a esa competencia de estar que (nos) restituye mundo y verdad aunque no salgan las cuentas. Se precisa política. Esa política en primera persona y en relación con otras, otros, que transforma lengua y mundo, y hace de la universidad un lugar de vida asociada favorable a la libertad y a la inteligencia personal y colectiva, productora de cultura como bien en sí, un bien común necesario para conjugar libertad y convivencia y llevarla a niveles altos de civilización.

Podemos por tanto imaginar que la actual crisis señala el fin de la universidad como institución del Uno, que ha durado un mileno al servicio de los diversos poderes de turno pero siempre masculinos, y el inicio de una nueva universitas, entendida como vida universitaria que se funda sobre el “poder de unir” (Pulcini, 2003), recuperando el antiguo sentido de “conjunto de las cosas creadas” y abandonando aquel medieval de “corporación” (hoy casta universitaria, hiperespecialización, etc.).

Podemos atribuir a la nueva universitas la tarea de volcarse en la raíz, no sola sino en el intercambio con las energías pensantes del cuerpo social más vivo y libre, cercanas y lejanas, lejos del paradigma antropocéntrico y etnocéntrico masculino, de repensar en la raíz las formas de la convivencia y los estilos de vida, devolviéndolas a lo esencial, a las necesidades y deseos irrenunciables de los seres humanos, sustrayéndolos de la fuerza del mercado y de la industria del consenso, que los reducen a necesidades inducidas, también en el estudio y la investigación. Se trata de una tarea intelectual y política que pide a la propia universidad que se transforme radicalmente, saliendo del mito de la modernización al servicio de la innovación competitiva, cuyos únicos referentes parecen ser los progresos de la tecnociencia y los intereses de empresas y entes privados; pero también saliendo de sí en cuanto institución autoreferencial, para hacerse proceso instituyente abierto, en un tejido continuo entre dentro y fuera (y para todas/os también entre la propia interioridad y el mundo) para un comercio social y simbólico (de palabras, de sentido) que no excluye a nada ni a nadie.

Probar por tanto a apuntar a la “vida universitaria” y no a la universidad entendida como institución: invertir en los itinerarios de autoformación de personas más o menos jóvenes y más o menos intermitentes trabajadores/as del conocimiento y estudiantes. Se crearía de ese modo una nueva relación formativa que tiene en cuenta la “cualidad social” de los saberes como ocasión de puesta en común del trabajo, de participación de otros sujetos distintos a aquellos tradicionalmente internos en la Academia, de apertura y de toma de palabra pública, crítica y colectiva, hablando el lenguaje del compartir más que el de la separación y los tecnicismos: una nueva relación formativa siempre más amplia que el status quo cultural, político, social.

Experimentar el espacio universitario, no ya como ciudadela enrocada, sino como espacio real abierto a las innovaciones sociales, y no, como el discurso público invita a hacer, dedicado por entero a las innovaciones científico-tecnológicas dirigidas a la competencia económica. En suma, probar a insertar la transformación radical de la universidad en el contexto de un replanteamiento de todo el sistema de relaciones, auspiciando que la universidad en mutación y hoy en crisis sea una de las ocasiones de las que partir para hacer posible este cambio.

Por tanto, hacer universidad para abrir otro horizonte distinto del económico y el de cohesión social.

Es lo que nos piden, ya explícitamente, aquellos que deberían ser, junto a los docentes-investigadores, los protagonistas de la universidad, las/los estudiantes, cuando reclaman un tiempo más lento para estudiar, habiendo sucedido que estudio y vida, experiencia subjetiva y ciencia se nutren recíprocamente y separados desaparecen. Su deseo, al que han dado voz de una parte a otra del mundo, de una formación para sí y no para el provecho, para aprender a convivir pacíficamente y no para adiestrarse en la lucha económica, para comprender la propia vida y el mundo y no para hacerse recursos humanos del capital, es ya una orientación para la nueva universitas. Nos muestran otra economía. Más lúcidos que nosotros, como a menudo sucede con quien no tiene poder, están ya más allá de la lógica de las necesidades (formarse para un título de estudio y para la empleabilidad) y los derechos (formarse como derecho de ciudadanía), pero no negándola. Han comprendido que el deseo es el motor del aprendizaje y la investigación, elemento de transcendencia del actuar humano que no puede ser satisfecho por el mercado capitalista; que la necesidad de estar en primera persona, sostenido por relaciones libres y de calidad, deviene energía multiplicativa, abre un intercambio en el que se sabe y se lleva la fuerza de conmover la geografía de aquello que es justo hacer y decir, en lo que se emplean las mejores energías. Por ello son cada vez más numerosos los que piden y practican la autoformación y la autoreforma (Murano, Rovatti: 1996), figuras de la autoorganización compartida de vida y saber que responden a una necesidad de nuestro tiempo.

Hoy más que nunca somos conscientes de que la abundancia de los conocimientos y de las competencias especializadas no es garantía de mayor libertad, de vida mejor, y de que conciencia y acción no van automáticamente juntos. Frente a la actual paradoja de un exceso de con/ciencia que se acompaña de un difuso sentido de impotencia, nos socorre la gran fuerza imaginativa de Virginia Woolf (1975) cuando, en los años críticos entre 1936 y 1938, combatiendo la vacua vanidad de las universidades que excluían a las “hijas de los hombres cultos” y junto a ellas la cultura de la convivencia pacífica, proponía una instrucción sobre bases distintas: un college joven y pobre, experimental y aventurero, capaz de integrar, en vez de segregar y de especializar, hecho de materiales no costosos y renovado cada año por las nuevas generaciones, con libros accesibles y nuevos, y en el que se enseñan las artes que requieren poco gasto y pueden ser ejercitadas por gente pobre, el arte de las relaciones humanas, el arte de comprender la vida y la mente de los otros, haciendo trabajar juntos mente y cuerpo en nuevas combinaciones que hacen buena la vida humana, con enseñantes elegidos entre aquellos que son buenos en el vivir antes que en el pensar. En un college pobre caerían las barreras de riqueza y de etiqueta, exhibicionismo, competitividad y envidia que hacen invivibles la universidad; allí se podría mover y hablar libremente, y escritores, músicos y otros vendrían a enseñar sabiendo a su vez que podrían aprender, y aprender a crear cultura no debería someterse a exámenes, diplomas, fama, provecho sino corresponder a la belleza del aprender, descubrir y pensar en primera persona junto a otros. Lugar vital, espacio público y político donde la tristeza se evapora con el crecimiento de las experiencias compartidas que tienen sentido, con el multiplicarse contagioso de las relaciones desinteresadas que hacen estar bien y dan medida, con la recuperación de la calidad sobre la cantidad, de competencias humanas que, mientras activan un nuevo lazo social salvando el elemento de la confianza y la disponibilidad a dejarse transformar en el encuentro también imprevisible con el otro, con otro, se ofrecen al análisis continuo de la sociedad para hacerla más libre. Un hacer mucho con poco.

Algo tan deseable (y al alcance de la mano) como suplantar las actuales instituciones universitarias que a menudo se nutren de recursos y deseos fútiles, reforzándose más cuando se descubren “pobres”.


Referencias bibliográficas:

Aa.Vv. (2006) Studiare con lentezza. L’università, la precarietà e il ritorno delle rivolte studentesche. Roma: Ed. Alegre.

Aa.Vv. (2008) Università globale. Il nuovo mercato del sapere. Roma: Manifestolibri.

Barnett Ronald (ed) (2008) Para una transformación de la universidad. Barcelona: Octaedro..

Miralles Lucena Rafael (2009) Estudiantes que despiertan a la universidad. La pedagogía oculta del movimiento anti-Bolonia. Cuadernos de Pedagogía, 390, 21-26.

Muraro Luisa, Rovatti Pier Aldo (1996) Lettere dall’università. Napoli: Filema.

Noble David (1992) A World Without Women. New York: Knopf.

Pulcini Elena (2003) Il potere di unire. Femminile, desiderio, cura. Torino: Bollati Boringhieri.

Roggero Gigi (2009) La produzione del sapere vivo. Crisi dell’università e trasformazione del lavoro tra le due sponde dell’Atlantico. Verona: Ombre corte.

Woolf Virginia (1975) Le tre ghinee. tr. it. Milano: Feltrinelli.

Zambrano María (1986) El sueño creador. Madrid: Turner.


Sitografia

Edu-factory (www.edu-factory.org)


[1] En realidad las movilizaciones espontáneas de estudiantes, investigadores, precarios, docentes en varios países europeos, asiáticos, y norteamericanos, se han iniciado hace ya algunos años, creando redes y encuentros internacionales para repensar radicalmente con nuevas visiones la universidad y el trabajo intelectual posfordista (v. ad es. El convenio “Rethinking the University:Labor, Knowledge, Value”, Universidad de Minnesota, 11-13 de Abril de 2008). Una conocida red cooperativa es Edu-factory (www.edu-factory.org) ocupada en proyectar, fuera y contra el mercado de la formación, una global autonomous university, la construcción de una red transnacional de investigación, educación, producción de conocimiento a partir de las experiencias de lucha y de libre creación de saberes (v. AA.VV., 2008). Si piensas también en el nacimiento de iniciativas libres, no contra sino más allá de las instituciones universitarias: en Italia, por ejemplo, han nacido en los últimos años: la universidad Libre de la Autobiografía, la Universidad del Bien Común, la Universidad Libre del Encuentro, la Universidad Libre de la Economía Social, etc.

[2] Es la tesis original de un historiador, David Noble (1992).


Traducción: Ana Ruiz Abascal y Loris Viviani


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